domingo, 1 de mayo de 2011

Día 1 de Mayo. Día de los trabajadores.

Hay palabras que suenan tan ciertas ahora como hace 125 años: "Mientras unos amontonan millones otros caen en la degradación y la miseria, así como el agua y aire son libres para todos, así la tierra y las invenciones de los hombres de ciencias debes ser utilizados en beneficio de todos!! Vuestras leyes están en oposición con la naturaleza. Mediante ellas robaís a las masas del pueblo a la vida, a la libertad y al bienestar. No combato individualmente a los capitalistas, combato al sistema que produce esos privilegios. Mi mas ardiente deseo que trabajadores sepan quienes son sus enemigos y quienes sus amigos. Todo lo demás merece mi desprecio" (George Engel, fue un anarquista y sindicalista ejecutado mediante ahorcamiento en la Revuelta de Haymarket,junto con Albert Parsons, August Spies, y Adolph Fischer, los "martires de Chicago" en 1886)

Hessel y los valencianos (Francesc Michavila)

El acontecimiento literario del año en Francia ha sido la aparición de un opúsculo vibrante, como si estuviese escrito con el corazón. El pequeño libro, titulado Indignez-vous (Indignaos), consiste en un alegato de Stéphane Hessel, un viejo y sabio diplomático francés comprometido toda su vida con su país. Hessel tiene 93 años. La edad del autor resalta por el verbo apasionado que emplea, con el que no duda en golpear la conciencia conformista de los jóvenes.

'Indignaos' llama a la instauración de una verdadera democracia económica y social Hessel, en su obra, de la que en tres meses escasos ha vendido más de millón y medio de ejemplares, reclama los valores de la Resistencia, plenos de una vitalidad que contrasta con la indiferencia o la apatía de muchos ciudadanos actuales, ante los atropellos o las injusticias. En el texto, en el que plasma su compromiso vital, afirma su anhelo de "velar todos juntos para que nuestra sociedad siga siendo una sociedad de la que estemos orgullosos".

Lo compré en el bulevar Saint Michel de París, enfrente de los Jardines de Luxemburgo. Sentí intensa emoción al hacerlo. No pude resistir la tentación de comprar varias copias y, a modo de regalo, difundir sus ideas. A la salida de la librería pensé en mi tierra valenciana. Pensé en las numerosas razones que tienen los valencianos para indignarse. En mi interior se juntaron sentimientos y un impacto íntimo, una llamada a la conciencia. El motivo de la resistencia, dice el autor, es la indignación. La indignación emana de una voluntad de compromiso. "Os deseo a todos que tengáis vuestro motivo de indignación", proclama con solemnidad.

La llamada que realiza el libro es una reivindicación de los valores eternos. La instauración de una verdadera democracia económica y social. Hessel se indigna porque la distancia entre el poder adquisitivo de los ricos y los pobres jamás ha sido tan grande. "El justo reparto de las riquezas creadas por el mundo del trabajo", dice, debe primar sobre "el poder del dinero". Hessel pasa revista a la disponibilidad de los recursos energéticos, a la garantía que deben tener los ciudadanos de suficientes medios de subsistencia, al derecho a una instrucción más elevada, y concluye que el salario ha de ser la base de los derechos sociales.

Tras su lectura, no es difícil sentir el espíritu imbuido de la idea de que la peor de las actitudes es la indiferencia. Que es necesaria una reivindicación del optimismo, que quizá esta sea la hora de la insurrección pacífica, y quien busca motivos para indignarse los encontrará.

Soy valenciano por los 16 costados, al modo que decía Unamuno en una carta a Cándamo en 1900 sobre su condición de vasco, y siento a mi pueblo a través de todos mis poros. Así ha sido siempre en mi vida, y por eso me pregunto ahora: ¿cómo es posible el silencio resignado de un pueblo del que antes, en la adolescencia y la juventud, presumía ante mis amigos? De su historia me sentía orgulloso, y no había conversación en la que no hallase motivos para destacar mi origen. Ahora, frecuentemente, me callo. ¡La mansedumbre! ¡La docilidad! ¿Por qué esta conformidad ante las tropelías? ¿A qué viene esta resignación, que acepta los males como inevitables? ¿Es ello propio de los "valencianos de alegría", como nos llamaba Miguel Hernández en Vientos del pueblo?

La mala imagen que se percibe fuera de lo que acontece en la sociedad valenciana es constante. Noticias de corrupciones cotidianas. Escándalos que ocurren casi a diario. Personajes oscuros, negocios inconfesables, tramas indecentes de intereses. Ante ello, una gran parte de nuestro pueblo acepta el panorama como si fuese definitivo. Muchos miran hacia otro lado. ¿Tan baja es nuestra autoestima? Parece como si estuviésemos en el paraíso de la ignominia.

¿Por qué? ¿A cambio de qué este silencio? Los datos por los que se mide la situación de la sociedad y el estado de la economía no justifican ningún tipo de complicidad. El paro en la sociedad valenciana es superior a la media española, y la comparación evoluciona a peor. El nivel de formación es inferior. En valores relativos, la renta per cápita de los valencianos empeora. Parece como si fuésemos un pueblo insustancial, sin alma, al que nada le duele y todo le resbala. En pocos lugares, en pocas sociedades, podría tener tanta validez el alegato de Hessel como en nuestra amada tierra valenciana. Es como si estuviese hecho a propósito para los valencianos.

Indignarse es el primer paso que hay que dar para creer en un pueblo como proyecto colectivo, para avanzar por el camino que nos permita llegar a sentirnos orgullosos de cómo somos. Es la hora de la indignación para los valencianos. Indignación, sí; pasividad, no. Acaso sea también la hora de la insurrección pacífica, pues no somos un pueblo derrotado. Cierto es que de tanto conmemorar derrotas nos hemos acostumbrado a tenerlas permanentemente en la retina.

El valenciano es un pueblo con muchas virtudes. Ama la vida, es innovador, el arte y la música le definen. Le gusta viajar, es vitalista. Es festivo. Es laborioso. Es creativo. Por ello, y por otras muchas más razones, ha de ser consciente de sus valores, ufanarse de ellos y reivindicarlos permanentemente. Fuster le dio un proyecto de futuro, su pensamiento lo vertebraba; pero, si no es ese, que sea otro, pero que sea uno. Durante siglos el valenciano fue un pueblo de resistentes. ¿Qué complejo esconde ahora para no seguir siéndolo? Debe levantar ya la voz, y decir basta.

Valencianos: indignaos.

http://www.indignaos.com/

Francesc Michavila es catedrático de Matemática Aplicada y director de la Cátedra Unesco de Gestión y Política Universitaria de la Universidad Politécnica de Madrid.

miércoles, 19 de enero de 2011

Arquitectura Milagrosa (www.islasterritorio.blogspot.com) Art. de Fedérico García Barba



Durante los últimos quince años numerosas ciudades españolas han visto surgir en sus entornos urbanos más privilegiados una serie de edificios extraordinarios, cada vez más espectaculares y extravagantes. Ello ha sido el resultado de la conjunción entre unos políticos creyentes en el taumatúrgico papel transformador de la arquitectura y unos arquitectos estrella, ególatras hasta extremos inconcebibles.

Este libro es una reflexión sobre esta circunstancia y una recopilación de varios relatos sobre esa producción arquitectónica grandilocuente realizada en unas cuantas ciudades españolas. Se refiere a Bilbao, Valencia, Santiago de Compostela, Zaragoza, Barcelona, Madrid, etc. en las que se han producido (y siguen produciéndose) las mas disparatadas apuestas en aras de una deseable concentración icónica de hitos urbanos de aparente referencia a nivel mundial.

<---Todo ello ha sido posible gracias a una época de gran bonanza económica en España, caracterizada por una amplia disponibilidad de recursos públicos y privados. La conjunción entre una etapa de gran crecimiento del sector de la construcción, la generación de beneficios asociada, junto a la entrada de ingentes subvenciones procedentes de los fondos estructurales europeos, ha permitido que los responsables políticos de autonomías y ayuntamientos hayan dispuesto de excedentes presupuestarios para dedicarlos a todo tipo de actuaciones megalomaníacas y altamente innecesarias. Las coartadas para realizar estas inversiones escandalosas siempre han estado ligadas a la provisión de nuevos servicios culturales y deportivos, concebidos como el nuevo campo espectacular que genera mayor atractivo popular junto a la estimulación de una especie de turismo peregrino a la visita de esos nuevos santuarios contemporáneos. La construcción de todo tipo de infraestructuras dotacionales, museos, auditorios, centros de congresos, estadios, etc. ha sido el motor de esta hornada de desafueros que ha generado uno de los mayores espacios de despilfarro de los recursos públicos en la historia reciente de este país. El falso argumento utilizado para avalar apuestas disparatadas, ha sido la necesidad de determinadas ciudades de propiciar un renacimiento económico, de establecer una nueva conexión con la escena internacional a través de la promoción de eventos espectaculares. Según esa mitología aquellas regiones que no generan un acontecimiento que se refleje masivamente en los medios, corren el riesgo de un declive irremediable en esta etapa de globalización galopante a nivel mundial. La verdad es que en esta epidemia de construcción de todo tipo de iconos arquitectónicos se ha producido una conjunción de egos extremos para generar una serie de lugares en los que expresar el deseo de gloria y trascendencia hacia el futuro tanto de los responsables políticos promotores como la de aquellos arquitectos que se consideran a sí mismos una reencarnación contemporánea de las grandes figuras de la historia del arte. Santiago Calatrava, por ejemplo, que se ve a sí mismo como una especie de Leonardo da Vinci, a la vez arquitecto, escultor e ingeniero. Como diría un compañero de una manera cínica, los arquitectos son aquella especie animal más cercana a Dios. El libro de Llátzer Moix relata con todo lujo de detalles cuales han sido ese abanico de argumentos y coartadas que han utilizado tanto políticos como arquitectos, para justificar ante la población las más disparatadas apuestas edificatorias, muchas de ellas realizadas sin control ni freno de ningún tipo. El texto incluye múltiples peripecias auspiciadas por algunos representantes con responsabilidad en las instituciones locales y regionales del estado español. Abarca ejemplos increíbles del descontrol que ha supuesto este tipo de acciones en la administración de unos recursos públicos que se han hecho escasísimos de repente con la crisis económica actual. Un posible resumen de esta etapa histórica que se haga en el futuro debería calificarse como mínimo de irresponsable.---> <---


Espacio de acceso al museo Guggenheim. Bilbao, 1997. Frank Gehry, arquitecto

Según Moix el origen de este cúmulo de despropósitos estaría en la transformación experimentada por la ciudad de Bilbao y la construcción del museo Guggenheim. De acuerdo a su planteamiento, la mayoría de la población identificaría en ese caso un proceso exitoso de reconversión urbana a partir de una imagen arquitectónica determinada. Por el contrario, la realidad es que las consecuencias favorables para la ciudad fueron el resultado de una operación de renovación urbana de gran alcance, largamente pensada y programada y no el resultado de un milagro icónico como el que representa ese edificio concreto.
El caso de Santiago de Compostela y su futura Ciudad de la Cultura quizás podría ser el ejemplo más significativo de toda esta serie de desatinos que han adjetivado a la arquitectura más reciente realizada en España.
En esa iniciativa, todavía inconclusa después de superar ya más de una década de gestación y la inversión de ingentes cantidades de dinero público, se han reflejado de una manera más extrema las consecuencias de una concepción espectacular de la arquitectura; aquella en la que confluye la búsqueda de una inasible gloria política y las paranoias artísticas de algunos arquitectos contemporáneos reconocidos internacionalmente. Todo ello, apoyado en un despilfarro extremo e inconsecuente de los recursos públicos obtenidos a través de los impuestos.
En la monumental y mastodóntica Ciudad de la Cultura de Santiago de Compostela, los protagonistas principales son un político de larga trayectoria -Manuel Fraga- con voluntad de trascendencia histórica y un teórico vanguardista –Peter Eisenman- con escasas obras de dimensión y muy acostumbrado a desenvolverse en los foros académicos universitarios.


Grado de ejecución de la Ciudad de la Cultura de Santiago de Compostela en 2008. Peter Eisenman, arquitecto

Según la descripción realizada por Llàtzer Moix, el gobierno de la comunidad autónoma gallega convocaba en 1999 un concurso internacional de ideas para la realización de una inconcreta instalación destinada a todo tipo de supuestas actividades culturales. Se estimaba entonces que podría tener una superficie construida superior a los 60.000 m2 que se desplegarían sobre una parcela de7 hectáreas, situada a las afueras de la ciudad histórica de santiago en el monte Gaiás. En la convocatoria realizada se definía un planteamiento abierto a propuestas innovadoras y fundamentalmente imprecisas, sobre cual debía ser el carácter de este nuevo equipamiento cultural. El arquitecto finalmente seleccionado fue el neoyorquino Eisenman, cuya idea suponía el desmonte de la parte superior del monte y su sustitución por una estructura edificada que remedaría la volumetría previa. El espacio resultante se trocearía transversalmente para definir unos recintos individuales destinados a centro de nuevas tecnologías, bibliotecas, teatro de música y museo.
El presupuesto inicial preveía una inversión superior a 100 millones de euros, cuya realización duraría 36 meses y sería capaz de atraer a dos o tres millones de visitantes anuales. El resultado es que estimaciones de los responsables políticos actuales ya han admitido que el gasto se quintuplicará como mínimo y las obras culminaran en 2021 si la construcción sigue el ritmo actual. ¡32 años después del lanzamiento del proyecto! Un esfuerzo más digno de faraones egipcios que de líderes de una democracia teóricamente homologada con Europa.
He aquí el resultado de una malísima inversión pública que se gesta con la coartada del aumento del atractivo turístico de un lugar pero cuyas verdaderas razones tienen más que ver con el deseo de un político concreto de pasar a la historia con una obra arquitectónica que represente su legado. Como él mismo Manuel Fraga ha declarado se hará justicia si alguien quiere ponerle mi nombre a la ciudad.
Ya en el momento del fallo del concurso la propuesta de Peter Eisenman para la Ciudad de la Cultura de Santiago se destacaba por la indefinición de aspectos significativos tales como fachadas y cubiertas y el excesivo tamaño lo que originará severas desviaciones presupuestarias, tal y como se exponía en el voto particular de uno de los miembros del jurado, el arquitecto Wilfred Wang.


Palau de les Arts y Hemisferic. Valencia, 1998 y 2005. Santiago Calatrava, arquitecto, ingeniero y escultor.

Una narración igualmente ejemplar sobre la creencia en una arquitectura salvífica es la que relaciona al valenciano Calatrava y su ciudad de origen. Allí ha logrado realizar un conjunto de edificios e infraestructuras ingenieriles caracterizado por la desmesura y que ya en 2007, superaban los 1.100 millones de €uros de inversión conjunta.
La ristra de edificios monumentales realizados en el cauce del río Turia por este arquitecto taumatúrgico, constituyen una muestra más del síndrome del traje del emperador. Una especie de enfermedad epidémica que ha aquejado a numerosos responsables políticos españoles y al que ya me referí en relación a sucesos similares ocurridos en mi propia ciudad.
Calatrava se caracteriza por minusvalorar el posible esfuerzo de las estructuras, el regusto formal y una excesiva afición por el ornamento superfluo. Para él, la cuestión funcional que motivan en origen a los edificios así como la necesaria racionalidad de las estructuras son lastres engorrosos a los que no hay que prestar mucha atención. Lo importante es el gesto que fundamente el carácter icónico de sus propuestas, siempre vagamente relacionadas con las formas naturales y la biología. Un ejemplo de esta deriva formalista es la que representan sus puentes en los que ha habido que reconstruir los ríos una vez ejecutada la estructura y en los que sus cables no son realmente soportes sino afeites para conseguir una imagen determinada.


Museo de la Ciencia Príncipe Felipe. Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia. Santiago Calatrava, arquitecto.

Esta despreocupación por la razón funcional de edificios y estructuras ha llevado siempre aparejada la improvisación y los excesivos sobrecostos, a lo largo de la ya dilatada trayectoria del arquitecto valenciano. Calatrava ha arruinado a más de uno como lo ocurrido con el descrédito del líder sindical sueco que solicitó su asesoramiento para lograr una obra residencial relevante en su ciudad, Malmö. Es el ejemplo extremo que representa el edificio bautizado como torso girado, o Turning Torso; una torre residencial cuyos problemas estructurales, derivados de un capricho formal, y la grave indefinición técnica de su proyecto casi logran que no pudiera llevarse a cabo.
Por el libro desfilan también otros inefables representantes de esta fauna desgraciada que ha representado a la arquitectura contemporánea en las dos últimas décadas. Frank Gehry, Jean Nouvel, Zaha Hadid, Dominique Perrault, etc. Arquitectos capaces de convencer a los más reticentes auditorios y personajes, basándose en sus increíbles dotes retóricas y en la exhibición de supuestas capacidades artísticas que son solo ensoñaciones sin un soporte en un conocimiento técnico real.
Pabellón Puente. Zaragoza, 2008. Zaha Hadid, arquitecta

La arquitectura milagrosa de esa pléyade de arquitectos estrella de renombre mundial ha encontrado en España un caldo de cultivo ejemplar, que ha tenido emuladores aplicados en muchos otros lugares del mundo, como la ciudad de Dubai. La confianza puesta por políticos y empresarios en estos timadores de última generación es el exponente último de la acuciante necesidad de todo tipo de ciudades, grandes y pequeñas, de contar con herramientas renovadas para el aumento del atractivo en la despiadada batalla por la hegemonía y el poder global.
Una consecuencia de su papel hegemónico en el espectáculo mediático es el afán de muchos arquitectos por lograr encargos en unas condiciones similares, olvidando las verdaderas necesidades de sus clientes privados y públicos. Sin embargo, la actual crisis de escasez de recursos tiene visos de una larga duración y reclama un cambio en las actitudes políticas y profesionales. Pues como señala certeramente Moix, se trata de poner coto al derroche. Una obra pública que puede inaugurarse por 20 millones de euros, si acaba costando 100, la administración deja de invertir 80 de nuestros millones en obras menos vistosas, pero quizás más necesarias. Urge devolver la sensatez a la arquitectura, en especial la que se levanta con inversión pública.
Un libro muy ameno e ilustrativo, lleno de anécdotas de las tragicomedias de nuestra época, en especial sobre una cuestión que nos cuesta muchísimo dinero.--->