jueves, 26 de agosto de 2010

Crisis de sistema y crisis de valores (Art. de opinión de José Manuel Vidal García)

La crisis que asola España no es una crisis del sistema capitalista, como se ha dicho. Es una crisis de ética. Yo no sé mucho de política, pero sí sé algo de ética. La ética es no cobrar tres pesetas por algo que vale una. Es hacer un contrato razonable a un trabajador por el razonable trabajo desempeñado. Sin necesidad de que nadie tenga que exigir el cumplimiento de unos derechos que ya de por sí se poseen.

Si yo tengo una cartera de piel, usada, y deseo venderla, es legítimo querer alcanzar el máximo beneficio. Pero si te la quiero colocar por un precio desorbitado, unos me llamarán capitalista o neoliberal: el que optimiza al máximo los beneficios; una persona normal, de a pie, me llamará por mi nombre: ladrón.

Lo que nos hemos encontrado en España es algo parecido. Por una parte, la falta de imaginación en el ámbito empresarial y por otra el hijoputismo cultural que venimos arrastrando no sé desde cuándo.

La falta de imaginación empresarial se ceba con los que menos preparación tienen, que en un país como éste, gozosamente inculto, que saca pecho por ello, porque supone la inmediata claudicación ante economías más potentes o baratas. Porque cualquier economía nos hace sombra, supone una amenaza para la modestita economía patria. Antes de que los bancos cortasen la línea de crédito que mantenía a flote a muchas empresas, eran los chinos, más baratos, los que suponían una negra amenaza para las débiles empresas españolas, especialmente en el sector textil o en el del calzado. Donde se va al día, no se investiga, no se invierte: no se innova y por tanto, no se podía competir. Antes de esto, el campo español se veía amenazado por las frutas y hortalizas que venían, por ejemplo, de Marruecos.

Alemania ya está creciendo. Como Inglaterra o Francia. España sigue y seguirá a la cola. Merced a los poderes políticos y económicos que nos rigen. Los que realmente han fallado en esta economía de supervivencia. Los que no han fallado han sido los trabajadores, la gente de la calle, la que va a la fábrica y trabaja sin cobrar. Los rectores políticos y económicos del país: esos son los que han fracasado.

El hijoputismo cultural es el hecho constatado de que en España sólo triunfa el que parece que puede repartir más puñaladas y se condena con frecuencia al más capaz por el sólo hecho de serlo. No en balde, somos el país de la envidia. Así, en los partidos políticos sólo medran aquellos que más daño son capaces de infligir a sus rivales. Sin primar la inteligencia o la capacidad de gestión. ¿Ejemplos? A millones. Pero suelen coincidir con sus líderes y sus escuderos.

Pero eso no es más que un reflejo de lo que la sociedad, el pueblo llano, ha ido haciendo con los años. El hijoputismo que se llama a sí mismo pillo o listo y que no es otra cosa que tratar de aprovecharse vergonzosamente de la situación para prevalecer, más allá de lo razonable, lo justo, lo ético. Vender el piso de la abuela, con más de 30 años, por 125 mil euros, era de listos. Montar una empresa, cobrar las subvenciones y después despedir a los trabajadores, era de listos. Hacer que la gente trabaje cada vez más por cada vez menos dinero, menos derechos, menos seguridad, es de listos. Contratar inmigrantes ilegales porque no se quejan, no se sindican, se pliegan a lo que quieras, es de listos. Pedir alquileres que superan con mucho una hipoteca normal, es de listos; cobrar intereses más altos por los préstamos a inmigrantes, es de listos. Cobrar el paro mientras se tiene un trabajo sin contrato, es de listos. Financiar antes al Cine que a la Universidad, eso es, por desgracia, también, de listos.

Ése es el hijoputismo cultural que tanto daño ha hecho a este país, que tenía y tiene los pisos más caros de Europa con relación al poder adquisitivo y que es la nación con más inmuebles vacíos del continente, con más de dos millones sin uso. Esa pillería nacional ha dado en lo que hoy tenemos: un economía desastrosa desde hace mucho, no de ahora, que no puede competir con ninguna otra; una clase empresarial más que precaria, sablista, que siempre va detrás de que le subvencionen; unos sindicatos que sólo se preocupan de no molestar al Poder, que se despreocupan de los trabajadores, un gobierno poco preparado, de pocas luces y muchas excusas, que improvisa, no planifica, al que le preocupa ganar elecciones en lugar de gobernar y una oposición que es incapaz de rebatir a un gobierno en tenderete; una intelectualidad de poco bulto, una universidad poco o nada relevante; una sociedad, por extensión, cada vez menos preparada, y por tanto, cada vez más indefensa, que tiene que tragar más y más con lo que le echen: condiciones laborales leoninas, gobiernos improvisados, corrupción por doquier, impuestos mal gestionados, niveles de paro insoportables, depreciación de los derechos fundamentales, erosión de las instituciones que la rigen.